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Mostrando las entradas de junio, 2022

Lienzos

Kan Hu Tho no era chino, coreano ni japonés. Lejos de eso, era un chilenito picarón. Un día optó por ir a probar suerte a Laicolandia. Pretendía allá dialogar con alguien sobre el origen del universo. Apenas llegó sufrió una desilusión. Nadie le siguió la corriente y lo dejaron hablando solo. En rebeldía optó por vestirse con un traje de camuflaje y salir por las noches a colgar lienzos en distintos puntos de la ciudad. Su mensaje subversivo era, a la letra, בראשית 1:1. Sus letreros duraban pocas horas. Al amanecer la policía municipal los hacía desaparecer. Pero él no se rendía. Reincidía en su conducta. Pese al tenaz esfuerzo de las autoridades por erradicar tan peculiares avisos, hubo quienes, con los primeros rayos de luz solar, los alcanzaron a leer. A esos se les abrió la curiosidad por saber más. Investigaron. Y entonces comenzaron a suceder ciertas cosas que aun hoy son materia de sendos sumarios administrativos y penales. La evidencia recopilada hasta aquí da cuenta de que aqu

¡Oh!

Pablo, por primera vez, se instala en la esquina de Colón con Vespucio. Allí estrenará sus malabares. Se ha preparado con fuego y parafina para encandilar al público encendiendo sus clavas multicolores. Pese al frío santiaguino está dispuesto a lucir una polera sin mangas para mostrar sus brazos musculosos. Andrés debutará esta misma tarde como bombero en la gasolinera ubicada en Colón con Vespucio. Para causar una buena impresión en los supervisores está dispuesto a sonreírles a todos, incluyendo a esos clientes que se larguen sin darle siquiera las gracias por haberles limpiado los vidrios con tanto esmero. Plumilla es un pichón al que hoy su madre gorriona está dispuesta a enseñarle a volar. Con esfuerzo ella ha construido su nido en las alturas de una acacia plantada en la intersección de Colón con Vespucio y ha cuidado cada detalle para que por fin Plumilla abra sus alas y se eleve por los aires. Pablo la está rompiendo en la esquina con sus clavas ardientes. Los automovilis

Benjamín (niños, último capítulo).

                 “¡Superman!”, gritó Pedro. “¡Bati-chica!”, exclamó Denisse con más fuerza. “No, por favor, ustedes sí que no saben nada: ¡Batman, Batman y mil veces Batman!”, exigía Marcelo alzando los brazos. “Ninguno de ellos tiene estilo: Aquaman, sí. ¡Aquaman y sólo Aquaman!”, pretendía imponerse Fernanda por sobre sus compañeros de curso. En eso, y justo cuando se produjo un insólito silencio, Benjamín tomó la palabra y venciendo su timidez habitual se atrevió a decir: “Quiero presentarles a un héroe que ustedes no conocen. No hay ningún cómic sobre sus aventuras. Y como los estudios Marvel todavía no saben de su existencia, no lo han llevado al cine en una de esas películas repletas de efectos especiales”. Cuando afirmó esto último, los compañeros de Benjamín lo quedaron mirando directo a los ojos y formaron un círculo a su alrededor. Él tragó saliva, pero lo dicho ya estaba dicho. Los había provocado. “Y ese héroe tuyo, sin fama ni gloria, ¿acaso puede volar?”, le pregunt

Danilo (niños, cuento cinco)

“¿Para qué me sirve la matemática, Fabiola?”, se lamentaba Danilo. “Hay que ser bien amargado para encontrarle belleza a las ecuaciones y a toda esa mezcla rara de números con letras que sólo existe para hacernos infelices”, seguía quejándose ante Fabiola, su amiga de tres cursos superiores y, por lejos, la persona que le tenía más paciencia en todo el colegio. “Déjame ver tus respuestas, por favor”, le pidió la chica. “¡No!, ¿qué quieres demostrar? ¿Qué soy un cero a la izquierda?”, respondió Danilo con su orgullo herido y sin darse cuenta de que había usado un dicho popular que sólo tiene sentido si algo se entiende de matemáticas. “Está bien, está bien, como quieras”, replicó su amiga. Y agregó: “Veo que hoy no estás de ánimo para conversar. Quizás mañana, con aire fresco, me dejes siquiera intentar ayudarte. Nada más déjame decirte que los números son valiosos para comprender la naturaleza, los avances informáticos y, además, nos libran de caer en engaños”. Los chicos bajaron

LDO

Leopoldo conoció a Nibaldo el mismo día cuando Archibaldo y Arnoldo se hicieron amigos. Nibaldo era yunta de Archibaldo, de modo que al poco rato Leopoldo también lo era de Arnoldo. Días después se les sumó Aldo, pero a éste le costó más ingresar al grupo. Le cuestionaron lo breve de su nombre, como que a éste algo le faltaba. Pero al final, como igual terminaba con las tres últimas letras de los demás, entró. Los cinco chiquillos eran unos pícaros. En sus clases de literatura escribían composiciones sobre profesores raptados por marcianos y sometidos a duros apremios más allá del sol (Leopoldo y Nibaldo). En artes, pintaban cuadros sobre inodoros que estallaban con violencia justo para el examen de matemáticas, forzando a todos a evacuar al colegio en medio de litros y kilos de desechos humanos (Archibaldo y Arnoldo). Y el profesor de deportes jamás olvidará el día cuando los llevó a trotar cerca de las faldas del cerro y no supo más de Aldo hasta que por la noche, el veloz corredor,

Carolina (niños, cuento cuatro).

Carolina despertó sintiéndose mal. Había pasado una mala noche y no logró descansar. Ahora apenas le alcanzaban las fuerzas para llegar al baño. En eso, su mamá entró a su habitación. No necesitó preguntarle nada para darse cuenta de que su hija mostraba síntomas de una evidente enfermedad. En cuestión de pocas horas la salud de Carolina empeoró bastante. Se equivocaron sus padres al pensar que esto sería algo pasajero. No había tiempo para detenerse a observar y luego a esperar cómo evolucionaría su hija. Por los quejidos de su niña tuvieron que actuar en ese preciso instante. Decidieron entonces partir de urgencia al hospital. De camino, Carolina se agravó. Vomitó dentro del carro, estaba afiebrada, su piel iba tomando un color amarillento y su cara comenzó a hincharse. Nomás la vieron ingresar al recinto asistencial, la derivaron de inmediato a sala de emergencias. Allá verificaron sus signos vitales y de prisa le tomaron algunas muestras para examinarlas. A las horas se l