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Entradas

Mostrando las entradas de junio, 2021

Postales (6)

Volgogrado parece una ciudad atrapada en el tiempo. Quien antes haya estado por aquí, digamos a modo de ejemplo, el año 2000, y tenga hoy la oportunidad de recorrer sus barrios periféricos, constatará que las cosas siguen estando tal como las dejó 21 años atrás. Una vez acabada la batalla de Stalingrado y reconstruida de nuevo desde cero, la ciudad quedó como petrificada en una fotografía color sepia. Fue necesario volver a poblar la tierra, quitar escombros y reedificar. Y así fue. En los años cincuenta se levantaron edificios que siguen hoy en pie: moles de cemento y fierro que todavía resisten con porfía. Han pasado decenas de inviernos nevados y veranos calurosos y, claro, las cosas se van desgastando. Se pueden hallar parques diminutos donde alguna vez los niños del barrio bajaron a jugar (columpios, refalines y subibajas). Hoy esos juegos son evidencias ante el tribunal de cronos: el metal está oxidado, la madera agrietada y la pintura descascarada. Creció la maleza y ésta, ladro...

Postales (5)

San Petersburgo y sus alrededores (Peterhof, islas Valaam) resultan inagotables. El forastero, siempre de tiempos limitados, tiene que conformarse con unas pocas escenas. Palacios antiguos, edificios coloridos y de poca altura, parques frondosos (Aleksandr Pushkin caminaba entre sus árboles y escribía bajo sus sombras), monasterios, cúpulas para ver la ciudad desde lo alto, y aguas de ríos y canales navegables que refrescan el calor de junio, son parte de lo que se puede llegar a conocer. No todo cabe en la memoria y gran parte de esta realidad rusa no logra ser captada por la mirada del observador. Al final de la jornada, con los pies hinchados y la piel caliente por el sol veraniego, el caminante sólo piensa en descansar. Agotado, pero agradecido por algunos destellos de belleza experimentados, anota entre sus apuntes estas tres estampas. Primero, una ardilla capaz de vencer el miedo a la mano humana y bajar de su árbol para recibir la avellana que le ofrece una niña colorina. El...

Anhelos

“¡Peralta! ¡Apúrate, hombre!” - gritó el comisario. “¡Encontramos el cadáver!” - siguió diciendo su jefe. El inspector entró a la oficina para recibir instrucciones de su superior. Se le encomendó revisar el sitio del suceso. “Toma, Peralta. Aquí tienes la autorización judicial para echar abajo la casa si fuera necesario. El fiscal espera tu informe para esta noche”. Y sin más, Peralta partió a eso del mediodía. Estaba acostumbrado a la calle y con éste, los muertos de la semana sumaban tres. Cuarenta minutos después ingresaba al domicilio donde fue hallada sin vida aquella mujer misteriosa. Las horas pasaban y el detective era meticuloso: tomaba nota de cuanto sirviera para verificar rastros de violencia. Nada. Todo se hallaba en orden. O era el crimen perfecto, o un suicidio ejecutado con limpieza, u otro caso para engrosar las cifras de la muerte natural. Al atardecer Peralta había descartado la acción de terceros y no había indicios de una autoaniquilación. Se disponía a salir de r...

Postales (4)

En San Petersburgo las noches veraniegas de junio son blancas. El cielo nocturno se niega a oscurecer. Es como si Dios hubiera olvidado apagar el interruptor de la luz. A minutos de la medianoche el tiempo parece detenido en las horas tempranas de la tarde, o bien, haberse saltado hasta el amanecer. Los relojes enloquecen. Cerca de las tres y media de la madrugada el sol sale a jugar. El astro se aburre en la cama y no está dispuesto a esperar que suene la alarma de su despertador. No quiere seguir oculto detrás de las sombras e irrumpe nomás con su claridad. Y lo mismo sucede con los habitantes de la ciudad. Los niños insisten en divertirse hasta tarde en vez de ponerse piyamas y lavarse los dientes. Los retos y advertencias de sus padres por hacerlos dormir son inútiles. Los vecinos permanecen en las plazoletas cercanas a sus edificios. Se quedan conversando sin apuro. El clima estival les regala el aguante necesario para gastar los minutos al aire libre sin enfriarse. Los enamorados...

Postales (3)

El metro de Moscú es una escuela. Cada viaje en el tren subterráneo equivale a una lección. No se trata de libros, pizarras ni cátedras. Es la vida ordinaria la que abre las puertas e invita sin costo a quien quiera aprender algo. He aquí cuatro escenas. Para ingresar al metro usted tiene que descender por escaleras electrónicas larguísimas (como un viaje al centro de la tierra). Así, el descenso aquieta su espíritu y depura su mente de la febril carrera por el pan cotidiano. Esa larga distancia recorrida hacia las entrañas del planeta es una antesala que lo fuerza a pensar y despierta su curiosidad por lo que vendrá. Luego, una vez llegado a la plataforma donde le tocará esperar hasta cuando pase su tren, nada más mantenga abiertos sus ojos para gozar de algunas bellezas artísticas. Tiene varias opciones para contemplar: murales pintados, mosaicos, arquitectura y escultura. Si bien muchas imágenes reproducen un mundo ideal que el socialismo soviético fue incapaz de construir, eso no l...

Postales (2)

Esta tarde no llueve en Moscú, pero él sabe que en cualquier momento esas nubes negras cumplirán su amenaza. Si fuera el caso, ni modo, a refugiarse bajo alguna techumbre. Son las reglas del juego: así ha sido, es y será el verano moscovita. Mas, mientras brille el sol, él cumplirá con elegancia su encargo. Viste para la ocasión un terno azul marino, calza zapatos negros y lleva un par de lentes oscuros que impiden ver el color de sus ojos claros. Es alto, rubio y delgado. Y su juventud explica la destreza al manejar su teléfono móvil sin dejar de caminar. Pero es leal a su misión y no se permitirá ser distraído por las redes sociales. Afronta su compromiso con honor y no le fallará a quienes confiaron en él para esta tarea. Se le encuentra justo al lado de la estación del metro Sebastopólzkaya. Su espacio son los pocos pasos que separan la pastelería de las escaleras que descienden al tren subterráneo. Y él, en ese mínimo radio de acción, como modelo sobre pasarela, despliega lo mejor...

Postales

A simple vista pareciera no ser rusa. En Moscú su pelo negro llama la atención entre los cientos de cabezas rubias que la rodean. Permanece de punto fijo vendiendo ramos de flores a los pies del ministerio de Relaciones Exteriores. Sus flores son iris de color morado. Las ofrece a los automovilistas que se hallan detenidos en esa esquina esperando el verde del semáforo para seguir corriendo por la ciudad. Lo frágil de esas plantas contrasta con los 172 metros del imponente edificio que, casi llegando a la cima, luce el escudo de la Unión Soviética: una hoz, un martillo, un globo terráqueo y muchas espigas de trigo. Allá, por lo alto, gloria y majestad. Aquí, por lo bajo, ella sonríe a ver si alguien se percata de su existencia y de sus iris moradas. No se cansa. Resiste la indiferencia. Rublos suman rublos y así sobrevive. Stalin levantó esos siete rascacielos en los años cincuenta del siglo pasado, mejor conocidos como las Siete Hermanas. ¿Le importa a ella algo de eso? ¿Los ha visita...

Goleador

Juan nació en Chile. Por eso, desde chico, ha sido siempre Juanito. De pequeño todos lo supieron: “este niño tiene los pies benditos”. En las canchas del barrio lo califican como el zar de la cachaña, el rey de la gambeta. Sus goles forman parte del recuerdo de muchos admiradores que desde cachorro lo vieron crecer bajo la instrucción de don Gastón, un profesor retirado de castellano que, por alguna extraña razón, olvidaba las reglas de la gramática española cuando dirigía a sus pupilos: “Ya, Juanito, partistes”, “te tocó, mi guacho, tenís que puro salir a meterla”, “hácelo como te dije, Juanito, ¡sale jugando!”, “gánate en la barrera, Juanito, y pónete firme nomás”. En la memoria de muchos aún se registra esa jornada cuando Juanito, en su propio lado de la cancha, le robó la pelota a un rival y comenzó desde allá, desde bien abajo, una carrera frenética y estilosa para llegar con la bola de cuero pegada al botín hasta las puertas del arco contrario. En su trayecto se quitó a todos cua...

Eustaquio (4)

  “Permiso, don Eustaquio” – decía Eduviges abriendo la puerta del despacho de su jefe. “Ya están aquí sus dos colegas. Me advirtieron que vienen con hambre y le piden que, por favor, no los haga esperar” – afirmó sin dejar de sonreír como era su costumbre. Ella pensó admitir que a esos dos cada día los estaba encontrando más parecidos a Timón y Pumba, los amigos de Simba el león, pero su sentido de prudencia le aconsejó que mejor lo callara. ¡Diantre! Esos dos estaban allí -y con una puntualidad asombrosa- y él lo había olvidado por completo. Con Ramona Guerra dando vueltas en su cabeza, Eustaquio no recordó ni se preparó para este compromiso y era verdad que desde la semana pasada los tres comensales -Eustaquio, Onésimo y Filemón- habían pactado con sangre darse otra cita en el “ Palacio de Buckingham”. Era éste un clásico restorán del centro histórico de la ciudad, ubicado en una de esas galerías que tuvieron su auge en los años treinta del siglo veinte y en las que todavía se p...