Volgogrado parece una ciudad atrapada en el tiempo. Quien antes haya estado por aquí, digamos a modo de ejemplo, el año 2000, y tenga hoy la oportunidad de recorrer sus barrios periféricos, constatará que las cosas siguen estando tal como las dejó 21 años atrás. Una vez acabada la batalla de Stalingrado y reconstruida de nuevo desde cero, la ciudad quedó como petrificada en una fotografía color sepia. Fue necesario volver a poblar la tierra, quitar escombros y reedificar. Y así fue. En los años cincuenta se levantaron edificios que siguen hoy en pie: moles de cemento y fierro que todavía resisten con porfía. Han pasado decenas de inviernos nevados y veranos calurosos y, claro, las cosas se van desgastando. Se pueden hallar parques diminutos donde alguna vez los niños del barrio bajaron a jugar (columpios, refalines y subibajas). Hoy esos juegos son evidencias ante el tribunal de cronos: el metal está oxidado, la madera agrietada y la pintura descascarada. Creció la maleza y ésta, ladro...
Historias corrientes que pueden estar sucediendo en este preciso momento en cualquier lugar del mundo.