Enumero palomas. Gracias a ellas aprendí a contar cuando era niño. Las veía volar o aterrizar en la plaza del pueblo donde nací. Ahora, a mis 45 años, ese juego casi se volvió mi trabajo. Fue una linda ilusión. Iba a remitir mis reportes al municipio, pues se suponía que me pagarían por eso. Lo haría a solicitud del alcalde, quien me había contratado luego de que una bandada expeliera sus excrementos sobre la estatua que él mismo ordenó levantar para honrar su propia imagen. Obtuve el encargo sin licitación ni resolución exenta. Todo fue rápido: viernes por la tarde, pasadas las 18.00 horas, en un subterráneo del ayuntamiento, a media luz y con voz baja, el señor alcalde me dijo que me remuneraría bien si yo lograba cuantificar la cifra exacta de las aves que sobrevuelan a diario el perímetro de la Plaza de Armas. No hablamos de precios, porque me explicó que es de mal gusto discutir por dinero. Tampoco me respondió qué pensaba hacer con los datos que yo le aportaría. Me tomó juramento...
Historias corrientes que pueden estar sucediendo en este preciso momento en cualquier lugar del mundo.