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Mostrando las entradas de octubre, 2022

Palomas

Enumero palomas. Gracias a ellas aprendí a contar cuando era niño. Las veía volar o aterrizar en la plaza del pueblo donde nací. Ahora, a mis 45 años, ese juego casi se volvió mi trabajo. Fue una linda ilusión. Iba a remitir mis reportes al municipio, pues se suponía que me pagarían por eso. Lo haría a solicitud del alcalde, quien me había contratado luego de que una bandada expeliera sus excrementos sobre la estatua que él mismo ordenó levantar para honrar su propia imagen. Obtuve el encargo sin licitación ni resolución exenta. Todo fue rápido: viernes por la tarde, pasadas las 18.00 horas, en un subterráneo del ayuntamiento, a media luz y con voz baja, el señor alcalde me dijo que me remuneraría bien si yo lograba cuantificar la cifra exacta de las aves que sobrevuelan a diario el perímetro de la Plaza de Armas. No hablamos de precios, porque me explicó que es de mal gusto discutir por dinero. Tampoco me respondió qué pensaba hacer con los datos que yo le aportaría. Me tomó juramento...

Bilingüismo (2)

Ruperto abre su Biblia (una Reina Valera, de tapas negras, edición del 1960). Lee el Salmo 23 ante su congregación carcelaria. Los suyos son unos sermones que impactan incluso a los reos más duros. Hasta los rematados a presidio perpetuo lo escuchan con atención, aunque no le digan amén a cada rato. Dios ha usado la ignorancia idiomática de este maestro autodidacta para generar unas prédicas maravillosas dentro del penal. Hoy Ruperto proclama a viva voz el milenario salmo del buen pastor: “tu vara y tu cayado me infunden aliento”. Ahora reflexiona con tono profundo: “hermanos, ¡cáchense qué grande y pulento es nuestro Señor! ¡El tiene una vara y un caya’o! A ver, vó’h, Cara’e Choclo, dime, ¿qué pensay con eso de la vara?”. El condenado recién emplazado se cranea unos segundos y luego contesta: “Yo cacho que esa cuestión de la vara tiene que ver con poder, con autoridá”. Ruperto, satisfecho con la respuesta de su oveja, exclama: “¡Maravilloso!” Y acto seguido, mirando a otro sentenciado...

Puntería

Era difícil jugar a la pelota entre tanto cemento. Éramos niños chicos viviendo en antiguos edificios en el corazón del centro de Santiago. Escasez de verde, exceso de gris. Pese a todo, insistíamos en chutear el balón con inocencia. La cancha no podía ser peor: los márgenes estrechos de una calle con automóviles estacionados por ambos lados. Por eso pasaba lo que pasaba. Recuerdo un puntete que mandó rodando la pelota con la fuerza necesaria para voltear el balde de agua del vecino que lavaba su cacharro provocando su enojo (“Y a vos, mocoso, ¿quién te dijo que la calle era pa’ jugar a la pelota”?). O esa vez que en los mínimos pasillos del edificio donde vivíamos (un inolvidable sexto piso) me puse al arco para atajar un penal que iba a disparar mi hermano menor. No fue necesario atajar nada porque la pelota se elevó por las alturas hasta impactar la lámpara de vidrio que alumbraba el pasillo. El estallido nos asustó y mientras los cristales caían al suelo, corrimos a escondernos igu...

Vertiginoso

Inserta el casete en su personal estéreo. Oye la voz de Lucerito y eso le basta para sonreír (“Electricidad, ¡cuando tú me miras!”). Cruza la calle por el paso cebra mirando para ambos lados. Dentro de su boca, sus dientes y lengua muerden, aplastan y saborean un Grosso con centro de menta fuerte. Con la potencia de los músculos de sus labios infla un globo. Es la alegría hecha persona. Entra a la panadería y llena una bolsa nailon con siete hallullas. Cuenta las monedas, una por una, y paga el precio. Regresa a la casa con el chicle desgastado y oyendo el lado B de su casete (“Veleta… ¡tu única ley, el palo que te sujeta!”). Enseguida muele una palta, calienta la leche, llena de Milo un par de tazones blancos y pone la mesa. Sienta alrededor a sus dos hermanos menores. Juntos toman la once. Suena la campanilla de un aparato negro y uno de ellos corre a levantar el pesado auricular. Es la mamá avisando que llegará como a las siete y, de paso, pregunta si están hechas las tareas para ma...

Pajaritos

¡Pobres pajaritos! La tienen bien difícil. ¿Dónde podrán anidar? En la Línea 1 del metro de Santiago las opciones son pocas y complejas: emigrar al poniente es partir a Neptuno. Y volar al oriente, es meterse en las rejas. Lo primero es extremo: pedirles que abandonen la tierra para salir hacia los confines del sistema solar es agotador (¡un par de aleteadas más y se encontrarán con san Pablo allá en la gloria!). Entonces se preguntan, ¿será posible trascender aquellas malditas rejas que amenazan con enjaularlos? Quienes lo han logrado testifican que luego se llega al Ecuador. ¡Qué preciosura! ¡Calor en la mitad del mundo! Sí, esos son rumores motivantes, ilusiones poderosas para no aflojar el vuelo. [Nota del editor: léase con un mapa de la red de trenes santiaguinos frente a los ojos].  

Alegato

Ayer alegué por primera vez ante una Corte. Y hoy desperté sintiéndome como ese único gladiador que sobrevivió a un combate feroz. Es que me lancé con lo que tenía a mano. Llevo tres meses de práctica profesional y hasta aquí sólo veo problemas sin solución. Mi tutor me dio apoyo moral y hasta prometió que iba a orar al Señor por mí. Pero no me dio una sola idea ni me dijo siquiera a qué hora presentarme. “Llegó muy temprano, joven” – me señaló el gendarme al verme a las seis y cuarto de la mañana parado frente al pórtico principal. No supe qué responderle. Le sonreí. Mi única preparación fue haber ido la semana pasada como acompañante de Federico Soto, quien alegaba por segunda vez y se autoproclamaba un experto en la materia. Error: Soto me pareció el perfecto modelo de todo lo yo no estaba dispuesto a hacer cuando llegara mi momento. Empecé mi disertación apenas la presidenta me dio la palabra. Quise servirme un vaso de agua, pero el jarrón me resultó demasiado pesado para levantarl...

Tamar

No, eso no fue hacer el amor. Fue hacer justicia. Lo de esa última noche, a la berma del camino, no se compara al placer que sentí cuando me entregué a mi primer marido. Ni siquiera se le parece al desgarro parcial y calculado que sentí las veces cuando lo hacía con quien me casé por segunda vez. Sí, ese era un hombre tramposo, pero al menos con él podía acostarme sin ocultar mi identidad. En fin. La muerte me golpeó temprano. Algo habrá visto en ellos el Señor para que así, con misteriosa rapidez, yo enviudara todavía joven. Me dolió el regreso a la casa de mis padres. Quería amar, ser amada y también anhelaba criar. Estaba dispuesta a pactar por tercera vez, y lo afirmo con verdad, si no fuera porque Judá se me cruzó por delante negándome lo que me correspondía. Celó a su último hijo y lo apartó de mí como si fuera una bruja capaz de hechizos letales. Creyó el viejo que el tiempo borraría mis recuerdos. Pero tengo memoria. Admito que no esperé que fuera el cielo el que vengara mi afr...

Eutico

“Soñador”, así es como suelo presentarme. No, no por aspirar a grandes ideales. Nada que ver. Suelo quedarme dormido (y hasta roncar) en los lugares más inadecuados. Esa es la firme. Historias tengo varias, pero ahora les contaré una sola, la más extrema (una que incluso me llevó a ese sueño del cual los mortales jamás regresan). Aquí les voy. Esclavizado -como se vivía en esos años- un día tuve una jornada brutal: trabajo sin pausa, cuerpo adolorido y mucha hambre. Antes que Marx con su Manifiesto y mucho antes que los tratados internacionales, la OIT y todo eso, yo trabajaba los campos de sol a sol. Y ese día puntual fue intenso. Primero, sacos en la espalda de aquí para allá. Después, chuzo entre las manos y a cavar, cavar y cavar. Un hoyo, otro hoyo, uno más y otro más. En cuestión de una hora el suelo estaba perforado a puro músculo. Casi sin fuerzas, mi única motivación para salvar el día era ese permiso que conseguí por la mañana para reunirme con los discípulos del Mesías. Soy ...